Dolce far niente
Una buena parte de los veranos de mi infancia me los pasé en Burela, localidad costera de A Mariña en Lugo. Lejos de pasarme los días en la playa remando a bordo de mi lancha hinchable amarilla y azul, dediqué un buen número de horas a trastear con los equipos de sonido Sony que Abelardo vendía en su tienda de electrodomésticos. Entonces, ese interés mío por aquellos cacharros, resultaba extraño a los mayores de mi entorno. Hoy en cambio, damos por sentado que los jóvenes pueden estar pegados a la pantalla de sus móviles en todo momento, ya sea en el interior de la piscina, bajo el sol cegador en la arena de la playa o paseando por la mañana.
Ahora no le pido mucho a los veranos: sol, el mar Mediterráneo, algunos libros y la compañía de Verónica. Esto es todo lo que necesito para practicar todo lo que —de momento— he aprendido sobre el complejo arte del dolce far niente.
A.
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