3379 semanas
En Cuatro mil semanas, el escritor y periodista británico Oliver Burkeman, traslada una idea importante: la vida es absurdamente corta. Suponiendo que llegas a los ochenta años, habrás vivido unas cuatro mil semanas. Nos pasamos la vida haciendo ambiciosos planes. Pensando en lo próximo, en cómo hacer más cosas, en gestionar el tiempo o en términos contemporáneos, en cómo ser más productivos. Se nos va la vida haciendo el plan para disfrutarla.
Ese tiempo concedido se nos pasa tan rápido y veloz que, exceptuando a muy pocos, al resto le abandona la vida durante los propios preparativos de la vida.
—Séneca
Tresmil trescientas setenta y nueve semanas. Ese fue el tiempo que mi padre disfrutó de las maravillas de este mundo. Te ahorro las cuentas, son sesenta y seis años. Unas horas antes del final, la noche anterior a su accidente de tráfico, hablé con él por teléfono. Me contó sus planes con ilusión. Tenía un par de viajes en el horizonte y estaba ilusionado con la compra de una nueva moto. Esta última razón que lo ilusionaba, fue la misma que le quitó la vida. Es paradójico. Me tranquiliza pensar que falleció haciendo algo que le apasionaba. Así lo sentía cuando me hablaba de ella por teléfono.
A pesar de lo sucedido, de lo profundo de mi tristeza y de lo trágico de la pérdida, estoy en paz. A penas unos días antes, en un plan más o menos improvisado, con motivo de su cumpleaños había viajado de Madrid a Lugo para comer con él, poco más de un mes había pasado desde esa fecha. Hoy con mil novecientas noventa y ocho semanas tras de mi, tengo claras un par de certezas:
Siempre estamos haciendo planes. No lo podemos evitar. Son los que dan sentido a nuestros días.
No hay nada más prioritario que lo importante: nuestra gente. Lo demás: poquito a poco.
Fotografía: Andrey Grushnikov